Where The Sidewalk Ends (1950)
Una de las características que hizo posible la transformación del policial a comienzos de la década de 1970 con el inspector Harry Callahan como insignia, fue la redefinición moral de su papel dentro de la sociedad, rol que traía aparejado un nuevo concepto de justicia. En este nuevo orden, la figura del detective podía llegar a ser cuestionada por el espectador debido a los métodos empleados para hacer cumplir la ley. Violencia, odio y en algunos casos hasta la tortura, aparecían como procedimientos propios de muchos de los duros policías de la década. A partir de allí el género cambió, ahora no se sabía con la claridad de antaño cual era para este modelo de personaje, el límite entre el bien y el mal.
Muchos creen que en la vasta extensión del cine clásico el hombre de la ley tenía clara cual era su función, entendiendo por esta proteger al ciudadano, pero en el notable film del maestro Otto Preminger estrenado en los Estados Unidos con el nombre de “Where The Sidewalk Ends” la cosa no está tan clara.
Sabemos desde siempre que Preminger es uno de los directores que más gusta de jugar al límite de lo que podría llegar a considerarse una trasgresión. La elección de sus temas como son el sexo, las drogas o el poder, son prueba fehaciente de que el realizador no se anda con vueltas: cuando quiere decir algo lo dice. Pero a diferencia de otros que arribaron luego como Samuel Fuller o Don Sieguel, su época no le permitió demasiadas libertades y tuvo que encontrarle la vuelta para poder construir películas que pudieran hacerse en Hollywood sin que fueran censuradas. En esta oportunidad, esto se refleja en que el asunto no pasa tanto por la resolución de este noir (como siempre trágica), sino del conflicto interno que tiene a maltraer al protagonista.
Dana Andrews encarna al polémico detective Mark Dixon, quien es reconocido por golpear a matones en vez de arrestarlos. Su situación dentro de las fuerzas va a sufrir un fuerte impacto cuando un nuevo comisario (Kart Malden) asuma el mando, reclamando a Andrews una severa conversión en su metodología. Pero para Preminger, todos los seres humanos tienen su naturaleza, y en su cine parece ser imposible escaparle. Es allí cuando en su primera noche Andrews comete el error de hacer lo que mejor sabe al matar a golpes de puño a un delincuente. Como si esto no fuera suficiente, nuestro inspector va a subir la apuesta intentado encubrir el crimen para caminar durante toda la película sobre aquella cornisa que tan delgadamente separa el camino de la oscuridad de la luz. Preminger, como pocas veces va a centrar su notable estilo visual sobre el conflicto interno del personaje, privilegiándolo por sobre la trama de intriga. Por eso, ésta debe ser una de las obras del austriaco en las que más primeros planos aparecen. No obstante, como buen narrador que es, no descuida el argumento llevándonos a momentos en los que nos es muy difícil despegarnos de la butaca.
Uno de los que más se luce aquí es Dana Andrews, actor de cierta rigidez física y una tipología que nos recuerda a Víctor Mature. Por otro lado está muy bien el secundario de Madden (algo así como un John Turturro actual), y la delicada Gene Tierney. A propósito de Tierney, este fue uno de sus cuatro trabajos bajo el mando de este realizador, todos ellos para la Fox. En los aspectos técnicos se lleva una gran mención la excelente fotografía del ganador del Oscar por “Laura” (1944), Joseph LaShelle, quien fue uno de los trabajadores más fieles a Preminger acompañándolo en muchos de sus proyectos.
Para cerrar, nos queda esta magnífica pieza que con total conciencia se anticipa unos veinte años a un modelo de policial, pero sobre todo de personaje, que tanta vigencia tiene hoy día.
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