THE TINGLER (1959)

Si bien todas las películas concebidas en fílmico son para ver en el cine, hay algunas que por su despliegue visual o sonoro ganan en la sala una potencia que nunca se logra en la comodidad que nos ofrece el sofa de una casa. Sin embargo el caso de esta gema del terror, del igualmente brillante William Castle, es bastante particular, es obvio que este film hay que verlo en una sala, pero con mucho público y cuanto más ruidoso es el mismo, más positiva será la experiencia cinematográfica. Viendo el conjunto de la obra uno llega a creer que esta pieza maestra del género no esta concebida para verse en soledad, y sentir el escalofrío del miedo sino para gritar con muchos desconocidos. “The Tingler” debería estar entre las diez mejores películas de horror de toda la historia del cine, si es que este ránking no se ha confeccionado todavía. Vincent Price encarna a un científico que busca la corporización del miedo en el cuerpo humano. El problema radica en que esta materialización sólo es posible conteniendo el grito que dicha experiencia nos provoca. Para ello somete a una situación traumática a una sordomuda y a aprtir de allí... deberían sentir el “tingler” en sus propios cuerpos. La droga que Price inyecta en su víctima es el famoso por aquellos años ácido lisérgico y por ende cobró a través del tiempo la fama de ser el primero en representar la experiencia del lsd. Para el estreno de esta película Castle, que además de producir sus films, era un adelantado de los efectos especiales, pensó en un truco sensorial para aturdir al espectador. Dicho engaño consistía en colocar unas varas que se movían debajo del asiento en un momento en el que el bicho salía del encuadre. La pantalla se ponía en negro, la sala quedaba completamente a oscuras y la voz de Vincent Price clamaba a los espectadores Griten por sus vidas! Griten!