OTROS CLASICOS

Un espacio para aquellos films poco recordados del período clásico y neoclásico

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Location: Capital Federal, Argentina

Sunday, January 20, 2008

LOGAN’S RUN (1976)



Muchas veces, la solución podría ser tan mala como el problema, al menos esto es lo que sucede en el genial film de culto dirigido por el inglés Michael Anderson “Logan’s Run”. Luego del apogeo de la ciencia ficción como género cinematográfico en la década de 1950, los años 60 fueron una suerte de transición para poder cambiar un poco la verosimilitud del mundo diegético a construir en la pantalla por uno más cercano al imaginario real. Podemos entender esta necesidad luego del impactante estreno en 1968 de “2001: A Space Odissey” debido a que se mostró como un ejemplo de una suba de nivel dentro del corpus de films fantásticos. Lo novedoso de la obra de Kubrick, es que acercaba no sólo un ámbito espacial más creíble sino también un giro en la elección del tema sobre la significación del sentido de la vida y su relación con el universo. La Ciencia Ficción se volvía más existencialista que nunca, y ya por la década de 1970 éste fenómeno explotaría con películas como la que analizamos en este texto.
La superpoblación siempre fue una amenaza temida, y en el lejano futuro del siglo 23 planteado por Anderson una realidad que estaría por extinguir a la raza humana. Para que esto no suceda se construyó una ciudad cerrada llamada “The Box” en la que habita de manera tecnócrata una nueva forma de sociedad de jóvenes que no superan la edad de 33 años. Por ende en este nuevo mundo no hay ancianos, y la promesa de poder vivir unos años más late en un juego de azar macabro titulado “El carrousel”, dónde los que tienen esa edad límite, intentan renovarse buscando la eternidad. Ahí es cuando aparece un soldado de las fuerzas de seguridad llamado Logan, que apoya de manera convincente al sistema pero a diferencia de sus pares se plantea preguntas claves que podrían meterlo en problemas. La trama se altera cuando un día normal, Logan es citado por la máquina central para ejecutar una misión de espionaje en la que debe insertarse en el bando de los fugitivos (son aquellos que quieren escapar de la ciudad) para conseguir salir al exterior y destruir un supuesto santuario.
“Logan’s Run” al igual que “The Matrix” (1999), transporta a la pantalla una variación del famoso mito de la caverna expuesto por Platón. En esta ocasión la ciudad sería ese oscuro lugar que mantiene a las personas encarceladas viviendo una falsa realidad que justamente los aleja de la verdad que existe tras sus muros. No es casual que los interiores de “The Box” sean fríos y se semejen a un shopping ya que esa elección de decorados contrasta con los exteriores del mundo real en el que el sol existe para iluminar la razón. En esta cuestión mítica, también se hace presente el rito a través del carrousel de la renovación, que curiosamente no renueva a nadie. El tema del film se completa cuando Logan, al igual que el esclavo del relato de Platón, quiere regresar a la ciudad para mostrarle a sus pares la verdad y es rechazado como un loco porque en este nuevo lugar la palabra ya no tiene sentido.
Otro de los aspectos que elevan la categoría de la película es la interesante visión de la nueva sociedad propuesta por el ser humano. Esta nueva ciudad es una auténtica distopía futurista como la de las grandes urbes míticas de la ciencia ficción, pero con la salvedad que no se nos muestra apocalíptica. Aquí no hay lluvias ácidas, mutantes ni problemas de seguridad, en este lugar el inconveniente mayor es la falta de ideas. El hecho de que todos los habitantes sean jóvenes y tengan una fecha de vencimiento, los obliga a entregarse a un placer puramente hedonista y volátil.
Este film pudo haber servido como inspirador argumental de varios otros hasta el día de hoy como por ejemplo el realizado por el director Michael Bay en 2005 “The Island”.
Finalmente a medio camino entre “1984” y “Escape from New York” (1979), “Logan’s Run” aparece como un extraño film que ofrece varias capas de sentido para reflexionar sobre el futuro de la humanidad.

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Thursday, January 03, 2008

NO WAY OUT (1950)



El caso de Joseph L. Mankiewicz como director siempre fue polémico, porque si bien gozó de un merecido reconocimiento por sus pares en esa labor, nunca pareció ser el preferido de algún cinéfilo. A mi juicio creo que el hecho de que esto se halla dado de este modo, radica en que su mayor característica es justamente la que atenta un poco contra el espíritu del amante del cine clásico: el exceso de diálogo. Este rasgo que menciono, que emana de las bocas de los personajes compuestos por este director, debería estudiarse con detenimiento para dar cuenta que cumple una función más que interesante si ponemos un poco de atención lo que esas palabras dicen. No obstante, y esta obra es una prueba, sus historias no carecen de poderío visual, y hasta en algunos casos se anima a jugar un poco con las estructuras convencionales de la época como en “The Barefoot Contessa” (1954).
“No Way Out” no es uno de sus clásicos pero si uno de sus picos más elevados en su corta filmografía como realizador (recordemos que su carrera comenzó como guionista y productor). El porqué de esta pequeña pero gran película es un objeto de interés particular, radica en algunos aspectos de virtuosismo a la hora de configurar la puesta en escena que iremos recorriendo a continuación.
La trama se centra en una historia de contrastes entre el bien y el mal, el deber y el sentir pero por sobre todo en la oposición racial entre los afro americanos y los blancos de las bajas esferas sociales en los Estados Unidos de la década de 1950. Una pareja de hermanos caucásicos liderada por el siempre grande Richard Widmark, cae detenida en un hospital público con uno de los dos herido de muerte. El joven debutante Sydney Poitier, en su faceta de médico nobel, intenta sin suerte salvarle la vida en un confuso episodio que termina con el chico muerto en sus manos. Testigo de este infortunio es Widmark, cuya ceguera racial le hace creer que Poitier mató a su hermano a propósito. Desde ese giro, el argumento va a avanzar con el médico intentando probar su inocencia y el malhechor culpándolo de mala praxis, pero como si éste conflicto no fuera suficiente, se levantará alrededor de ellos una lucha barrial entre los negros y los blancos en las típicas calles nocturnas que un buen noir de esta clase puede ofrecer.
Para dar cuenta de la dureza del tema planteado en aquellos días, sólo hay que mencionar que Richard Widmark dudó demasiado a la hora de elegir interpretar a un sureño rabioso y sediento de venganza, que desde una cama de hospital agitaba a la comunidad a cometer una masacre racial. Esa elección temática es una de las cosas por las que debemos evocar a este gran director que siempre estuvo al límite de las reglas y que no dudó en tocar temas controversiales para la sociedad del “american dream”, recordemos la fábula de “All About Eve” (1950) sobre el manejo del poder entre las estrellas del espectáculo o el canibalismo y la homosexualidad en “Suddenly, last Summer” (1959).
En el plano formal se destaca el trabajo que hace a nivel espacial, recreando un mundo sórdido que en nada se parece a las ciudades que mostraban por aquellos días en la pantalla de Hollywood. Calles con mucha pobreza e inquilinatos que albergan a gente que ha perdido el trabajo sirven como metáfora de un caldo de cultivo ideal para que el odio entre los iguales aflore como si el de al lado tuviera la culpa de la desgracia de uno. Hay dos escenas que valen la pena recordar por su alta calidad visual: La primera es una nocturna en la que una pandilla de blancos se preparan en un desarmadero para atacar a la comunidad negra. De pronto una bengala marina ilumina el barrio para que el escenario pase a ser una despiadada lucha étnica que nos recuerda al inicio de “Gangs of New York” (2002); y la segunda una ingeniosa escapatoria de una testigo prisionera en una pensión en la que un magistral uso del sonido dramático nos confirma el dominio total del director de todas las herramientas del cine en su estado más puro.
Por otro lado van los diálogos que mencionábamos al comienzo de la nota, de ellos hay que decir que son duros y a veces repetitivos, pero es justamente a través de esa iteración que se logra un estado de crudeza y modismo social evitando el camino de la vulgaridad.
Entre las otras curiosidades que hacen de este film obligatorio, se destaca la primera creación gráfica de Saul Bass, quien estuvo a cargo del cartel de difusión y el primer papel estelar de Poitier, que es casi como decir el primer protagónico de un afro americano.

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