RAIN PEOPLE (1969)
Hay muy pocos directores que pueden brillar a la hora de dirigir proyectos tan disímiles en cuanto a la magnitud de los mismos. Quizás para John Huston las películas pequeñas sean un problema mientras que para Martin Scorsese una bendición. Estos ejemplos abundan pero son muy pocos aquellos realizadores que pueden manejarse en los dos campos (abundancia y escasez) con igual soltura. Este olimpo de celuloide está reservado para personajes de la talla de John Ford, Orson Welles, Otto Preminger o Francis Ford Coppolla. Casualmente todos víctimas de un egocentrismo que deviene en una actitud megalómana, sello de plomo presente en sus películas. Y es precisamente del último de esta lista de quien nos vamos a dedicar en esta oportunidad al revisar uno de sus films menores llamado “Rain People” (1969).
Una road movie siempre es un viaje iniciático que sirve para aclarar mentes atormentadas como la que sufre Natalie Ravenna el personaje que interpreta la silenciosa Shirley Knight, quien acaba de abandonar temporalmente a su esposo. En el lado opuesto se encuentra Jimmy Kilgannon (James Caan) que representa la paz y tranquilidad de una cabeza serena tal vez por algún problema de retraso o deficiencia. Estos dos extremos van a juntarse en un auto ordinario para atravesar una carretera insignificante y dormir en moteles baratos pero también para verse reflejados en el otro como en un espejo. La mujer está por ser madre pero lleva el peso de los miedos de este violento cambio, y reconoce en Caan la oportunidad de descubrir el mundo maternal para el cual no creía tener el don. Mientras que el joven futbolista americano con su cerebro dañado por este cruel deporte opera de filósofo de la simpleza cuando regala pensamientos como este: “…Existe gente que está hecha de agua, ellos no pueden llorar porque se deshacen… “. Con esas bellas palabras dignas de un poeta se pinta a si mismo y a quien lo acompaña, a aquella mujer que representa ese primer amor para el ser humano que no es nada menos que el amor maternal.
Con muy pocos recursos, muchos exteriores, interiores pequeños, una cámara casi siempre en mano y agitada y nada más que un par de actores, Coppola nos regala con cada plano una lección de cine minimalista. Por esa época sería muy difícil aventurar la odisea que vendría después en “The Goodfather” (1972), sobre todo por lo prescindible del elemento magnánimo que maneja en esta cinta que analizamos.
Producida bajo la supervisión de George Lucas esta película viene a ser la primera que salió de ese gigantesco y caótico proyecto llamado “American Zeotrope”. Con dos actores fundamentales a la hora de hablar del director como Robert Duvall y James Caan esta obra de corte intimista también se alzó con la concha de oro en San Sebastián sirviéndose de preámbulo para toda la genialidad que vendría después. Podríamos entonces decir que lo que se siente al ver esta historia, en el lugar que ocupa dentro de la línea de la filmografía coppoliana, es la calma que antecede a la tormenta. A una tormenta tan furiosa que se llevó los sueños de grandeza pero que a la vez trajo las mejores películas.
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