Durante el rodaje de Bola de fuego me encontré al productor Samuel Goldwyn en el estudio y me ofreció hacer con él una película. Un par de días más tarde, me presenté en su despacho y le dije que tenía algo para él.
-¿Cúal es el argumento?.
-Una película sobre la vida de Nijinski, le dije.
-¿Quién es ese Nijinski?.
Así que le conté que había sido el pobre hijo de un campesino que había soñado en convertirse en un gran bailarín. Y se convirtió en el mejor bailarín de la historia...
-¿Y la historia?-. Repuso Goldwyn.
Yo le conté cómo Diaghilev descubrió a aquel joven campesino, hermoso y fuerte, en la escuela de ballet.
-¿Sabe usted quién es Diaghilev?-. Le pregunté a Goldwyn.
-¡Ni idea!-. Dijo él.
Le dije que era el mayor empresario del famoso ballet ruso, que vió al joven Nijinsky y se enamoró de él. Goldwyn me interrumpió.
-Por favor, dígame, ¿Diaghilev era una mujer?.
Yo le dije que no, que era un hombre. A esto repuso Goldwyn:
-¿Qué clase de historia es ésta?. ¿Dos hombres?. ¿Dos maricas?. ¡Cállese de una vez, Wilder!.
Intenté explicarle que era más que una historia de amor. Le conté cómo Diaghilev convirtió a Nijinsky en la mayor estrella del ballet del mundo. Y cómo empezó la tragedia, cuando Nijinsky, se enamoró de una bailarina y se casó con ella. Diaghilev se enfureció y amenazó con destruir a Nijinsky, que al final se volvió loco. Goldwyn me interrumpió de nuevo:
-Un momento, un momento, hasta ahora tenemos a dos maricas, de los cuales uno además se vuelve loco, ¿y de esto quiere hacer una película? Tengo una mujer a la que quiero y a la que tengo que mantener y tengo un prestigio que no puedo perder. ¡Cállese de una vez, Wilder!.
Yo le pedí que me dejara continuar la historia. Un día, Nijinsky fue internado en un sanatorio suizo y allí, llegó al convencimiento de que era un caballo. Desesperado, Goldwyn me miró fijamente:
-¿Un caballo?.
-Sí -dije yo-, un caballo. Por las mañanas, cuando abrían las celdas, salía al jardín y galopaba feliz por él.
Al llegar aquí, a Goldwyn se le acabó la paciencia.
-¡Un caballo que es marica y que galopa por el jardín!. ¡Acabe usted con esta absurda historia!. ¡Me está haciendo perder el tiempo!.
Yo me levanté y mientras abandonaba el despacho le dije:
-¡Esta bien!. Si quiere un happy end, mister Goldwyn, tengo una idea. Nijinsky no sólo cree ser un caballo, sino que además gana el Derby de Kentucky.
Goldwyn cogió un cenicero de su mesa y apuntó hacia mí. Tuve el tiempo justo para cerrar la puerta a sus espaldas
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